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jueves, 26 de julio de 2007

OLPC, un desafío multidimensional

Me gustó el post de Analía Diez sobre OLPC, y también me ha estimulado para volver a publicar una serie de notas que escribí hace un año sobre el tema. La primera de ellas: Preparativos para hacer estallar el aula, alude al título con que se presentó el proyecto y está en El Tilo de Olivos.

Resulta interesante la perspectiva desde dónde Analía plantea el tema, porque apunta a una de las cuestiones más difíciles y acerca de las que menos sabemos: Una computadora por chico ¿es pertinente? (posible sin dudas lo es, en tanto se piense en términos del volumen del negocio y no de su factibilidad práctica). ¿Es el mejor camino para iniciar la reducción de la brecha digital? Partiendo de lo que dice el discurso que las promueve, la mayoría de los niños a los que les serían entregadas no están acostumbrados a desenvolverse autónomamente en el aula (6 a 12 años). La pulsión de tocar y luego preguntar o pedir auxilio es moneda corriente... ¿qué se espera que haga el docente que (en el mejor de los casos) tampoco tendrá demasiada experiencia como help desk? A la luz de la experiencia que yo mismo vengo haciendo con chicos de primer año en un CBU casi rural de Traslasierra (donde trabajo), diría que es absolutamente desaconsejable el planteo de una computadora por chico en esas edades y manteniendo la proporción de un docente cada 35 pibes.

Es tan controversial el tema que fue el único punto donde la posición oficial le aceptó una crítica a Diego Levis, que planteaba que el modelo 1 a1 proponía una ruptura del espacio áulico.
Otra perspectiva, que puso entre paréntesis las virtudes de la propuesta oficial, la aportó el grupo mexicano Enciclomedia, planteando que según la experiencia que tenían ellos, no se podían verificar las virtudes del modelo una computadora por niño.

Entre la cantidad de dimensiones que tiene el problema, creo que hay tres aristas críticas que, con el tiempo se han ido perfilando claramente como verdaderos nudos gordianos: La primera es que (como bien señala Analía) la apuesta es a que se puede aprender de las máquinas en lugar de con las máquinas. No se me ocurre cómo se explicaría de otra manera que se piense poner tanta plata en herramientas e infraestructura, teniendo docentes que con lo que ganan no pueden pagar el cable, la conectividad a internet, algún libro por mes, y mucho menos comprarse una computadora (por hablar del sector intermedio y no de los casos extremos). Con este planteo, tampoco tiene demasiado sentido la puesta en marcha del canal Encuentro. Y ni siquiera está claro que el modelo 1 a 1 (una computadora por chico) sea el mejor formato para arrancar.

Defender obsecadamente estas posiciones sin hacer foco en los pibes reales, me hace pensar que el objetivo no es la mejora de la educación real, sino el currículum de la gestión. Este criterio se parece bastante al que se ha seguido en la provincia de Córdoba en los últimos años con la construcción de escuelas. Enormes edificios de hormigón perfectamente identificables en el paisaje, que pueden inaugurarse como obras públicas, pero que se entregan vacíos de equipamiento, de partidas para mantenimiento, de cargos para los auxiliares, de instrumental o de insumos para los laboratorios y que terminan generando más problemas de los que solucionan.

La segunda es de puertas adentro. No tiene que ver con un Estado más o menos ausente de las problemáticas sociales, sino con la comunidad involucrada. He participado en unas cuantas listas dedicadas y visto prácticamente lo mismo en todos lados. Hay una enorme brecha entre los desarrolladores de software y los educadores. Ambos con miradas parciales y desdeñosas de la otra parte. Los educadores insisten en que son irreemplazables en el sistema educativo y eligen no involucrarse en la polémica. Los ingenieros en que la educación se puede planificar en el tablero de diseño y no importa el perfil socioeconómico y emocional ni de los pibes ni de los docentes, ni de las familias. Hace falta hacer maniobras de aproximación aquí y, sospecho, debería pilotearlas un tercero. Ninguno de los dos sectores ha podido correrse de su posición hasta ahora. Las asociaciones profesionales y los sindicatos docentes mantienen un inexplicable silencio frente al tema. Sus reivindicaciones en pos del mejoramiento de la calidad educativa se reducen al ámbito salarial, lo cual aporta una pista acerca del tamaño de la brecha que los separa de esta problemática.

La tercera, donde caemos muy fácilmente muchos, es una furibunda discusión (que no es nuestra!) entre partidarios del software libre y defensores del software propietario, en la que ambos intentan tomar a la educación como rehén, para subrayar las bondades de sus posiciones y sus productos. Los docentes y la sociedad, como en el tenis, seguimos mirando pasar la bola para un lado y para el otro.

Aprender, apropiarse de las tecnologías para cambiar hábitos y prácticas es una tarea que necesita ser hecha con los tiempos de las personas reales y no para responder a las urgencias del mercado. Sin embargo, esta ecuación tiene un comportamiento líquido. La presencia del mercado ocupará todo el espacio que encuentre libre. Somos nosotros, los interesados, quienes deberemos empezar a poner límites que permitan encauzar este proceso hacia la búsqueda de una calidad diferente en la educación.

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