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domingo, 6 de junio de 2010

Pisa con cuidado

Si tuviese yo las telas bordadas del cielo,
recamadas con luz dorada y plateada,
las telas azules y las tenues y las oscuras
de la noche y la luz y la media luz,
extendería las telas bajo tus pies;
pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños;
he extendido mis sueños bajo tus pies;
pisa suavemente, pues pisas mis sueños.
William Butler Yeats



miércoles, 12 de mayo de 2010

Distancia lingüística y discriminación

Esta peli fue posteada en Facebook, desde YouTube. Dos de los mayores centros de direccionamiento de tráfico que existen hoy en la Web. El título ya invoca una mirada. El paso siguiente, tras mirar el video, es armar la sentencia: Es tonta porque no entiende la tecnología. Más allá de que las situaciones que se producen son desopilantes, es imposible no sentir cierta compasión por la desorientación de Maruja, a quien -seguramente- las tecnologías han de resultarle cosas incomprensibles.
También es probable que algún buen tecnofóbico termine cargando el problema de la impermeabilidad de Maruja a la complejidad de la tecnología. No hay tal cosa. La tecnología lo que hace aquí es amplificar la difusión del episodio. No es la responsable de que una persona no comprenda qué sucede cuando se encuentra en medio de un delay.
El sonido y la imagen viajan a velocidades diferentes. La luz a 300 mil km por segundo y el sonido a 333 metros por segundo. En la imagen televisiva, el sonido viene encriptado junto con la imagen para que llegue sincronizado (de otro modo sería imposible entender algo).Mirar la misma escena por dos medios diferentes (teléfono y televisión), agrega ruido al mensaje porque superpone esta diferencia en la recepción del mensaje. Si además desde el televisor se escucha el rebote del teléfono debido a los propios problemas de la transmisión, es comprensible que quien no está familiarizado con ese mundo no entienda lo que está pasando. Pero no entender no lo hace un tonto. Es simplemente alguien que no entiende. Maruja, por lo que parece es una persona mayor. Está claro que no tiene capacidades para metabolizar cuestiones tecnológicas, pero seguramente tiene otros saberes, porque ha vivido.
Habría que pensar aquí qué tipo de educación estamos haciendo que termina alentando este modo de discriminación entre quienes tienen facilidad para relacionarse con la tecnología y quienes no la tienen, como si el saber tecnológico tuviera un valor de privilegio por sobre los otros. No se trata de un tema menor si pensamos que el dispositivo donde se lo sube (ya enjuiciado), entre otras cosas puede distribuir en pocos minutos el incidente de Maruja a lo largo y a lo ancho del mundo, sin que ella preste consentimiento ni se entere.
Aquí tenemos un buen ejemplo de cómo funciona el Tercer Entorno (3E) del que habla Javier Echevería. La información fluye de un punto a otro. No importa si al llamar a un programa de televisión o postear algo en el Twitter lo pensamos o no. Tampoco importa si tuvimos la intención de que nuestro mensaje quedara en un ámbito acotado. La conectividad plantea reglas de juego salvajes: todo lo que se sube al flujo de información puede ser tomado y usado a juicio de quien lo toma. ¿El sistema educativo está pensando en eso?


lunes, 26 de abril de 2010

Tecnicidad con diversidad


Jesús Martín Barbero habla de tecnicidad, reivindicando la idea de la técnica que hace sistema con el entorno y cómo interactúa con la explosión de las diversidades.

Dejo dos citas aquí, tomadas de su intervención del 22 de abril de 2010 en la Universidad de Vic.

La relación entre dos ámbitos de transformación profunda de nuestras sociedades: de un lado la transformación tecnológica y de otro el estallido de las identidades. Para que esto no suene tan distinto, no por snobismo sino para ir acotando el sentido de las palabras, yo suelo utilizar la palabra Tecnicidad, para no hablar de técnica por todo el lastre instrumental que acarrea en occidente esta palabra, ni de tecnología, porque la expresión se movió en el mundo académico, muy atrapada por su relación con la ideología.

La palabra tecnicidad tiene su origen en la antropología francesa, anterior a Levi-Strauss. Las técnicas en las culturas que llamamos primitivas, siempre fueron sistemas. Nunca fueron un conjunto de herramientas y un conjunto de saberes, sino un sistema con las relaciones de parentesco, con los mitos, con los ritos y a esta técnica como sistema se la llamó tecnicidad. Me parece muy importante que la técnica hoy se parezca y suene fonéticamente como identidad, como sociabilidad. Hablo de la mutación de la tecnicidad y el estallido de la identidad.

Uno de mis maestros, Raymond Williams, de la escuela de Birmingham, a quien yo empecé a leer en los setenta, dijo en una de sus últimas obras: El pensamiento actual, acerca de las relaciones entre cultura y tecnología llega mayoritariamente a conclusiones desesperanzadas y se detiene. Los conservadores culturales dicen que la televisión por cable es la última ofrenda de la Caja de Pandora y la transmisión por satélite corolará la Torre de Babel. Al mismo tiempo, una nueva clase de intelectuales que dirigen los centros en que operan las nuevas tecnologías culturales e informáticas, hablan confiadamente de su poducto. Ninguna de esas posturas es un suelo firme. Lo que tenemos es una pésima combinación de determinismo tecnológico y pesimismo cultural. Así conforme una tras otra las viejas y elegantes instituciones se ven invadidas por los imperativos de una más dura economía capitalista, no resulta sorprendente que la única reacción sea la de un pesismismo perplejo y ultrajado porque no hay nada que la mayoría de esas instituciones nobles (incluida esta institución llamada Universidad), quieran ganar o defender más que el pasado, porque un futuro alternativo traería precisa y obviamente la pérdida final de sus privilegios.

lunes, 18 de enero de 2010

Imágenes del naufragio

Quiero empezar diciendo que me da trabajo escribir este post. Le resulta doloroso a mi ser de otra época pero lo hago en nombre del que soy ahora, comprendiendo que aquello no está más y habitamos una realidad distinta.

En nombre de aquel me gustaría no verme más en medio de una situación como la que me tocó vivir hace unas semanas atrás. En nombre de éste que soy ahora estuve ahí, quiero contar los hechos y dejar publicado mi análisis, porque no encuentro mejor manera de resistir.

A mediados de diciembre último respondí por mail una convocatoria local a voluntarios que quisieran pasarse un rato, leyendo cuentos para alguien, como parte de un plan de pomoción de la lectura. El tema tiene que ver conmigo, de modo que rápidamente me sentí involucrado. Fui recibiendo todas las instrucciones por mail: La dirección del encuentro (me tocó finalmente un hogar de menores madres), la confirmación de que me iban a estar esperando, el nombre de los otros voluntarios que estarían también allí, el día y la hora exactos. Me pidieron que eligiera el texto y lo comunicara previamente y yo pedí ser el que iniciara la rueda porque, espíritu docente al fin, quería, además de leer, intentar sembrar algo más, tratando de relacionar el hábito de la lectura con la libertad, con el crecimiento interior, con el ensanchamiento de la experiencia perceptiva.

Elegí llevar unos cuentos de El libro de los abrazos de Galeano que me sugirió la @p0nja, cuando pregunté por Twitter. Ensayé mentalmente lo que iba a decir y allá me fui. Diluviaba.

Cuando llegué, me presenté y dije que venía a leer. La persona que me recibió, apenas sonrió. Cerró la puerta detrás mío y me indicó una sala diciéndome: es acá, antes de desaparecer.
En el lugar había una mamá con sus cuatro pequeños y un matrimonio de voluntarios, que también habían llevado a sus niños.

No había menores madres, las pocas que vimos cruzaron una y otra vez la sala, avisando que se iban a dormir o buscando alguna respuesta. Después de un rato decidimos empezar a leer los cuentos que había, para los niños. Entonces llegó otro matrimonio de voluntarios.

Creo que todos hicimos nuestro mejor esfuerzo y el resultado fue que los pibes pasaron casi dos horas haciendo algo distinto ese sábado. Pero no fuimos a eso. Yo al menos, que estrenaba mi participación en el programa. Luego supe que los otros dos matrimonios eran personas vinculadas laboralmente a la empresa que organizó la jornada.

También supe que ninguna de las chicas había bajado a escuchar la lectura porque estaban castigadas (a raíz de algún conflicto interno) y, probablemente como represalia, eligieron irse a dormir a la hora del encuentro. El peor camino: me privo de algo, creyendo que con ese mecanismo puedo castigar al que me hace daño. Hay una gran oquedad ahí y sin embargo no es lo más preocupante. En todo caso, ese modo es el resultado de una subjetividad estragada por la marginalidad y la violencia. Ellas están allí porque son los eslabones más débiles de un cadena que se ocupa prolijamente de que siempre paguen los jóvenes. En este caso, jóvenes mujeres.

Son, a todas luces, las que más perdieron en esta experiencia, que curiosamente fue organizada para ellas. Sin embargo, no faltará a quien le desagrade este análisis. Esas pibas que faltaron a la cita con los que fuimos a compartir un pedazo de nuestro tiempo, son la viva imagen del naufragio: todo es consecuencia y hay poca verdad en el juego de sus vidas. Lo que hicieron, lo que no hicieron, lo que hacen o no hacen, es tan débil frente a la pinza del dispositivo que las mantiene en la marginalidad, que posiblemente hasta crean que se trata de un destino.

Todo está armado para que funcione de ese modo. El Estado (provincial, municipal) dice que en esa institución se ocupa de dar contención a madres jóvenes. En los hechos, aquel sábado, pareció funcionar como un depósito. Ningún profesional que tuviera la responsabilidad de cuidar la salud de las personas que se alojan allí, podría explicar porque se usan métodos carcelarios para resolver conflictos. Porqué no hubo un directivo para recibirnos. Porqué no hubo ceremonia. No porque fuéramos importantes, sino para hacerle un espacio al evento, para recortarlo, para investirlo de valor. O simplemente pensando en la posibilidad de mostrarnos que les importa mejorar la calidad de lo que le ofrecen a las pibas, y que saben hacer un uso inteligente de lo que tienen a mano.

En lugar de eso, sin la ceremonia más elemental del recibimiento, la presentación y la despedida, nos dejaron que hiciéramos lo que quisiéramos. Cuando llegó la hora de la merienda, el mensaje prácticamente fue: se tienen que ir porque hay que tomar la leche. ¿Qué idea tendrán en la institución de lo que es resocializar?

Para la empresa organizadora, la jugada es otra y produce los beneficios que busca. Ellos hacen una crónica brillante (es indiscutible que la organización formal funcionó perfectamente) que colgada en Internet, nos menciona, deja constancia de su agradecimiento por nuestra contribución, y muestra su Responsabilidad Social Empresaria, eludiendo prolijamente cualquier consideración sobre los efectos de poner alimento para los hambrientos en un recipiente desfondado. Queda esta discusión para hacerla en un foro específico.

Mientras tanto, las pibas, las mujeres tempranas del Hogar de Menores Madres de Rosario, emocionalmente no pudieron recibir nada de lo que se les ofrecía y fue armado para ellas.
Afuera el diluvio insistía. Adentro, el naufragio.