El deseo sexual, si es recíproco, origina un complot de dos personas
que hacen frente al resto de complots que hay en el mundo. Es una
conspiración de dos.
El plan establecido es ofrecer al otro un
respiro ante el dolor del mundo. No la felicidad sino un descanso físico
ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor.
En
todo deseo hay tanta compasión como apetito. Sea cual sea la
proporción, las dos cosas se ensartan juntas. El deseo es inconcebible
sin una herida.
Si hubiera alguien sin heridas en este mundo, viviría sin deseo.
El cuerpo humano realiza proezas, posee gracia, picardía, dignidad y
otras muchas capacidades, pero también resulta intrínsecamente trágico
como no lo es ningún cuerpo de animal (ningún animal está desnudo). El
deseo anhela proteger al cuerpo amado de la tragedia que encarna y, lo
que es más, se cree capaz.
La conspiración consiste en crear
juntos un espacio, un lugar de excención, necesariamente temporal, de la
herida incurable de la que es depositaria la carne. Ese lugar es el
interior del otro cuerpo. La conspiración consiste en deslizarse al
interior del otro, allí donde no se les pueda encontrar. El deseo es un
intercambio de escondites (hablar de "volver al útero" es una vulgar
simplificación).
Tocar una pierna con mano de amante. Que sea
para excitar o para relajar no supone diferencia alguna. El tacto aspira
a alcanzar, más allá del fémur, la tibia o el peroné, el propio corazón
de la pierna, y el amante al completo espera acompañar ese gesto y
habitar en él. La pierna de Giacometti, la de la piscina de Eastbourne,
tiene que ver (entre otras cosas) con el deseo.
No hay altruísmo
en el deseo. Al proncipio están implicados dos cuerpos y la excención,
siempre y cuando se logre, les protege a ambos. La excención es
inevitablemente breve y, sin embargo, lo promete todo. La excención
suprime la brevedad y con ella las penas asociadas a la angustia de lo
efímero.
Ante la mirada de una tercera persona, el deseo es un
breve paréntesis. Desde dentro, una inmanencia y una entrada en la
plenitud. Normalmente la plenitud se considera una acumulación. El deseo
revela que es un despojamiento: la plenitud de un silencio, de la
oscuridad.
John Berger de Esa belleza
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