Acallar el ruido que generan los medios y romper el silencio en que nos mantenemos casi todos ante la tragedia de la pobreza, la desigualdad, la falta de esperanza, el hambre, el desprecio, la destrucción de sus vidas en la que viven millones de nuestros compatriotas, pienso, es imprescindible
La cita es del artículo que Diego Levis publicó en Tecnoculturas. Hace referencia al de Eduardo Pavlovsky, aparecido hace unos días en Página 12. Diego propone discutir a partir de un título durísimo: Un país con los ojos cerrados. El graffiti dice: Crecer es obsoleto.
Creo que es un tema difícil. Muy difícil. Más allá de las declaraciones (del tipo:la mejor manera de mantener un pibe en la escuela es mantener a su padre en el trabajo con la que es imposible no acordar), lo que se presenta complejo es cómo tratar el tema con un conocido, un pariente, un vecino, con alguien próximo que ha sido capturado por este fenómeno de invisibilización que domina el escenario sociocultural: No hay pobres, o la probreza es un problema de otro que no soy yo.
La pregunta que se me ocurre, frente a la propuesta de Diego y al artículo de Pavovsky, es si el estado capitalista puede ocuparse del tema o precisamente es el encargado de garantizar ese statu-quo para permitir ejecutar sus planes de maximización de ganancias a los insaciables (y conocidos) neoliberales.
De otro modo no se comprende el avance ideológico sobre las clases medias, tirando desde su víscera más sensible: el bolsillo. En realidad, azuzando el temor a perder lo que han ganado. Poniendo en marcha la maquinaria de la inseguridad. El huevo de la serpiente.
Tengo amigos a los que quiero entrañablemente que me resultan insoportables cuando le niegan una moneda al pibe que les cuida el auto en el estacionamiento diciendo: si les ofrecés trabajo no lo quieren, prefieren estar acá. Como si ellos pudieran elegir.
La sensación que me queda después de salir al cruce a esos comentarios es que se tensa nuestra relación, pero no se mueven sus percepciones respecto al tema, tan atrapados están en la burbuja que les han tejido a su alrededor.
Chomsky habla, en un libro que se llama Política y Cultura a fines del Sigo XX, de cómo funciona la maquinaria de propaganda del poder enfocada en la clase media, en los intelectuales, en los profesionales.
Marcelo Percia (docente UBA, colaborador de Campo Grupal) decía hace poco: el capitalismo es un sistema tan perfecto que ya ni siquiera se lo puede nombrar, tan invisible que se ha vuelto, sobre todo cuando uno se refiere a las consecuencias de lo que produce su reinado: hambre, injusticia, ignorancia, guerra, muertes evitables...
En el mundo de las TICs, algo de eso está pasando con Google. Te sigue a todos lados, sabe cada vez más acerca de tus intereses y te habla cada vez más en nombre de la ley. Nosotres, mientras tanto, estamos esperando que nos resulte cada vez más útil... ¿más útil para qué?
Pareciera que el avance de la conectividad nos acerca a mundos lejanos y nos impermeabiliza de los próximos. La brecha más difícil no es la tecnológica, sino la lingüística y cultural. Esto es cada vez más claro. No hay posibilidad de construcción de sentido para alguien que todas las mañanas debe renovar la pregunta sobre si llegará vivo a la noche.
El joven villero que sale a robar o matar por dinero, o por el dinero que le ofrecen, sólo siente que ése es su trabajo, no existen en esa subcultura nuestras categorías del bien y del mal, en esos chicos de 13, 14 o 15 años sin ninguna esperanza futura posible para una vida mejor.Y no solamente en la villa. El pibe que a los 11 ó 12 presiona a sus padres para que le compren (con lo que no tienen) un celular, quiere apropiarse del valor simbólico del objeto antes que del objeto mismo. Espera que sea su pasaporte a la inclusión. Necesita creer eso, porque vivir a la intemperie es insoportable para cualquier ser humano.
Desde la otra vereda, miramos la escena y cínicamente decimos: ¿Por qué no se compra un libro en vez de un celular? Y más adelante ¿por qué no va a trabajar?
Está claro que el sistema necesita tenerlos ahí para culpabilizarlos, para tener la mirada de las clases ilustradas puestas sobre ellos mientras evitan preguntarse ¿qué habremos hecho nosotros para que esto suceda? o ¿qué no habremos hecho?
Hace treinta años demasiada gente decía: Algo habrán hecho. Cuando el horror salió a la luz, aunque era imposible de creer, dijeron No sabíamos nada.
¿No hay acaso una siniestra similitud entre una línea y otra?
Fuente de la imagen: FlickrCC
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